Cuentan que hace muchos años en Tegucigalpa ocurrió una historia que causo el pánico entre los vecinos del barrio Guadalupe. Adelaida Pérez era una joven hermosa que causaba sensación cuando se paseaba por el centro de la capital. Los propietarios de tiendas y almacenes salían a las puertas de su negocio para verla pasar. La joven mujer disfrutaba el sentirse admirada y por eso gustaba de pasear por las calles de la ciudad.
Inesperadamente apareció en la vida de Adelaida un joven que trabajaba en una empresa embotelladora, era fuerte, de buena presencia, educado y muy apegado a la religión católica, lo primero que le pidió a la joven al convertirse en su novio fue una relación basada en el amor y la verdad y sobre todo que jamás deberían de existir secretos entre ellos.
Pero las apariencias engañan, existen quienes aparentan ser mansas palomas y en verdad son fieras por dentro, envidiosas, traicioneras, interesadas y egoístas. Adelaida reunía todas esas malas cualidades que pasaban desapercibidas por su extraña belleza.
Una tarde cuando Fernando estaba ausente de la ciudad por su trabajo, Adelaida comenzó a verse a escondidas con el dueño de un almacén del centro de la ciudad. En lo sucesivo siempre que Fernando se iba de viaje, ella aprovechaba para encontrarse con su amante que le regalaba ropa, zapatos y dinero en abundancia para tenerla siempre a su lado.
Entre tanto, Fernando mantenía su corazón lleno de ilusiones y una noche mientras conversaban él le propuso matrimonio. Ella sorprendida y con remordimientos le pidió un tiempo para pensarlo y el aceptó.
Un día, Adelaida platicaba con su mejor amiga y le contó que se sentía mal, mareada y con ganas de vomitar, la amiga le dijo tajantemente “seguramente estas embarazada”, desde aquel momento no pudo dormir en paz.
Se dio cuenta que no podía guardar silencio y fue en busca del amante empresario, que la tenía embarazada, el hombre únicamente se encogió de hombros y le dijo.
No hay problema, conozco un doctor que te puede hacer un aborto, no es de pensarlo dos veces. Pensando en Fernando y en lo que iba a suceder, decidió ponerse en las manos de un doctor que practicaba abortos en Tegucigalpa.
El médico al verla le dijo, todavía puedes decidir, muchacha, tener el hijo o lo pierdes, oíste que se dijo: Bendito es el fruto de tu vientre”.
La muchacha estaba decidida y respondió. No quiero perder al novio que tengo, así que proceda doctor.
Cuando Fernando llegó a verla se dio cuenta que estaba enferma, ella le dijo que eran cosas de mujeres, que no se preocupara.
El muchacho se quedó a su lado durante varias horas, se despidió aproximadamente a las diez de la noche rogándole a Dios que no fuera nada grave lo de Adelaida.
Fernando vivía en el barrio Guanacaste y no se le hacía difícil ir a la Guadalupe; así, mientras bajaba una cuesta sintió que alguien lo seguía, se volteó rápidamente y no vio a nadie, siguió caminando hasta su casa del Guanacaste llevando la impresión de que alguien lo seguía.
Fernando vivía solo, al llegar a su casa abrió la puerta despacio, encendió la luz y vio que un niño corría a su habitación. Ve bandido, ya te vi... no sé cómo te metiste a mi casa.
Cerró la puerta del cuarto y buscó al niño sin ningún resultado, luego la luz se apagó y algo muy extraño ocurrió en aquella habitación.
A las doce y media de la noche, Adelaida estaba intranquila, aún sentía los dolores del aborto provocado, se levantó con dificultad y se fue al solar donde está ubicado el servicio sanitario, y antes de que ella entrara al servicio una luz verde iluminó el patio, ahí en medio estaba Fernando cargando una masa sanguinolenta, como si fuera un zombi, y Fernando dijo: aquí te manda el diablo a tu hijo para que lo amamantes, ni él tolera lo que has hecho con tu hijo, maldita y diciendo esas palabras depositó aquella masa de carne entre los brazos de Adelaida, la luz se apagó y Fernando desapareció.
La mujer comenzó a gritar, sus familiares y vecinos salieron a ver qué sucedía, encendieron luces y vieron una aterradora escena, aquella masa se amamantaba en los pechos de Adelaida que se había vuelto loca, poco después la mujer y su aborto cayeron al suelo, ella estaba muerta y el terrible engendro también.
Cuentan que por las noches en la Guadalupe se escuchaban los gritos de la mujer, mi hijo es un aborto ja, ja, ja, ja... mi hijo es un aborto ja, ja, ja, ja... aquel suceso macabro quedó como un ejemplo para aquellas jóvenes que después de quedar embarazadas intentan abortar el fruto de sus entrañas.
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