Esta es la historia de alguien a quien yo definiría como un buscador...
No me refiero a un motor de búsquedas, no hablo de un robot, ni de google ni de yahoo, me refiero a una persona real...o imaginaria, pero de carne y huesos que define su vida como una eterna búsqueda en la que no necesariamente encuentra, ni siquiera sabe lo que busca. Acostumbraba a seguir sus instintos.
Un día el buscador sintió como un susurro que le indicaba salir a determinada ciudad. Como de costumbre siguió aquel instinto y dejo lo que hacia y partió.
Después de tres días de marcha por tortuosos caminos por fin llego a su destino.
Poco antes de llegar al pueblo, una vereda a la izquierda del sendero llamó su atención. Estaba recubierta de un verde encantador con un montón de árboles, pájaros y hermosas flores. La rodeaba por completo una valla pequeña de madera lustrada…
Una portezuela entreabierta lo invitaba a entrar.
El buscador traspasó el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles.
Sus ojos acostumbrados a buscar, descubrieron sobre una de las piedras, aquella inscripción …
“Omar Herrera, vivió 7 años, 8 meses, 3 semanas y 2 días”.
Se sorprendió un poco al darse cuenta de que la piedra no era simplemente una piedra. Era una lápida... sintió pena al pensar en el niño de tan corta edad que yacía para siempre en aquel lugar…
Mirando a su alrededor, se dio cuenta de que la piedra de al lado, también tenía una inscripción, se acercó a leerla y decía:
“Andres, vivió 6 años, 7 meses y 2 semanas”.
El buscador se sintió terriblemente conmocionado.
Este hermoso lugar, era un cementerio y cada piedra una lápida. Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del difunto, pero lo que mas lo impacto fue comprobar que, el que más tiempo había vivido, apenas vivió 12 años.
Embargado por un gran pesar, se sentó y comenzó a llorar.
El guardián del campo santo pasaba por allí y se le acercó, lo observó llorar un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.
- No, no soy de por aquí – dijo el buscador
- ¿Qué ocurre en este pueblo?, ¿Qué cosa tan terrible sucede en esta ciudad? ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar? ¿Cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta pueblo, que los ha llevado a construir un cementerio de niños?.
El guardián sonrió y le dijo:
-Puede usted calmarse, no hay maldición alguna, lo que sucede es que tenemos una vieja y quizás rara costumbre. Le explicaré: cuando un joven cumple 15 años, sus padres le regalan una libreta, como esta que tengo aquí, colgando del cuello, y es tradición entre nosotros que, a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella: a la izquierda que fue lo disfrutado…, a la derecha, cuanto tiempo duró ese placer. ¿Conoció a su novia y se enamoró de ella? ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?…¿Una semana?, dos?, ¿tres semanas y media?… Y después… la emoción del primer beso, ¿cuánto duró?, ¿El minuto y medio del beso?, ¿Dos días?, ¿Una semana? … ¿y el embarazo o el nacimiento del primer hijo? …, ¿y el casamiento de los amigos…?, ¿y el viaje más deseado…?, ¿y el encuentro con el hermano que regresa de un país lejano…?¿Cuánto duró el disfrutar de estas situaciones?… ¿horas?, ¿días?… Así vamos anotando en la libreta cada momento de gozo. Cuando alguien muere, es nuestra tradición abrir su libreta y sumar el tiempo que disfruto el finado, para escribirlo en esas piedras blancas sobre su tumba. Porque ese es, para nosotros, el único y verdadero tiempo que cuenta.