Desde finales de los años 50 un ególatra Castro comenzó por cautivar y engañar al pueblo cubano. Con su maquiavelismo y torcedumbre comenzó una nefasta influencia sobre el pueblo cubano, y sus valores. Pero hoy después de tantas décadas no podemos tapar el sol con un dedo, e ignorar que tanta maldad e injusticia no se mantienen solo gracias a un solo demonio. Cooperan también una gran manada de lobos, y un enorme rebaño de corderos. El comunismo ha demostrado que no solo destruye la economía de un país, destruye lo más difícil de reconstruir, el sentido común, y por ende, la falta de objetividad, y valores tan importantes como el respeto, el amor al prójimo y la propia dignidad, y cuando esas cosas tan fundamentales desaparecen en el hombre, innegablemente, la educación comienza a brillar por su propia ausencia. Para que exista una democracia, primero tienen que existir los demócratas, por lo tanto, será una ardua labor reconstruir un país hacia la democracia, donde para una gran mayoría de sus habitantes, entender ese concepto, se la hace más difícil que entender la existencia del universo. La libertad de uno, termina cuando comienza la del otro, y el pueblo cubano, al dejar de ejercer una práctica tan fundamental en el ser humano, tal parece que ha generado un nuevo código genético en las nuevas generaciones. A pesar de todo, pienso (aunque me canse), que la toalla no hay que tirarla nunca, y que la unión de pensamientos positivos, junto a una lucha sin tregua, hace que los milagros ocurran, y doy fe de su existencia.
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