Por Osmel Rodriguez Diaz
Una de las consecuencias más drásticas del gobierno cubano ha sido la deformación de la mentalidad de la gente, de sus intereses, de su ética, su moral y su cívica. Unido a la falta de espacios de debate, la censura y la represión, tendríamos una buena idea del conflicto cubano. Cero participación real del pueblo en decisiones políticas y, por ende, cero perspectivas de cambio. Esto lo juzgo más trascendente que cualquier crisis económica.
Ante todo, es natural que el cubano asuma con cierta indiferencia su realidad; no podría invertir emoción ni esfuerzos en mejorarla pues piensa que sería constantemente pisoteado y/o que perdería demasiado tiempo útil para suplir sus escaseces más cotidianas. No creo, como algunos teóricos de la conspiración, que la crisis cubana se mantenga porque se precise para sostener a la escuadra adecuada en el poder, pero es obvio, que una circunstancia como esta garantiza que el pueblo no proteste y se postergue indefinidamente la proposición de cambio y el cambio mismo. Quiere decir que los que no tienen nada que perder –los cubanos menos remunerados- se ocupan de sus insuficiencias más básicas.
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